Preferir la comida grasosa y abundante sobre una ensalada, a pesar de conocer el riesgo que consumirlos regularmente significa para la salud, puede que no sea una cuestión de antojo.
De acuerdo con una investigación británica, el origen de esta elección a la hora de comer puede estar en la mutación del gen MC4R, el cual controla el apetito.
Este estudio, publicado en el medio especializado Nature Communications, explica que los genes del hambre en los seres humanos probablemente evolucionaron para enfrentar los periodos en los que se carecía de alimentos y recuerda que las mutaciones en el MC4R se han identificado como una de las causas más comunes de la obesidad severa.
Los alimentos con muchas grasas saturadas son productos animales, tales como la mantequilla, el queso, la leche entera, el helado, la crema y las carnes grasosas. Algunos aceites vegetales, como el aceite de palma, el aceite de coco y el aceite de palmiche, también contienen grasas saturadas.
Numerosas investigaciones nos alertan sobre la incidencia que tiene una dieta rica en grasas o la comida grasienta para la salud. Aseguran que pueden provocar problemas cardiovasculares, obesidad o sobrepeso y otras patologías.
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No esperes quemar todas las calorías de los alimentos que acabas de ingerir, pero la actividad física puede ayudar a la digestión", explica Kristen Smith, portavoz de la Academia de Nutrición y Dietética de EEUU, a Insider. Smith recomienda caminar por lo menos entre cinco y diez minutos. Esto también puede ayudar a equilibrar el azúcar en sangre.
Nuestro deseo de comer alimentos grasos podría deberse a una conexión entre el intestino y el cerebro. Tal y como publican investigadores del Instituto Zuckerman de Columbia en la revista Nature, en el caso de los ratones, la grasa que llega a los intestinos desencadena una señal. Esta señal es transmitida al cerebro por medio de los nervios y provoca el deseo de ingerir comida grasa. El estudio abre la puerta a la posibilidad de interferir en esta conexión intestino-cerebro, para cortar el deseo de más grasa, ayudar a elegir opciones más saludables y abordar el creciente problema mundial causado por el exceso de comida en algunas partes de la Tierra.
Las comidas grasas suelen tener un tránsito digestivo lento por lo que pueden producir saciedad con rapidez, este hecho sumado a que pueden provocar reflujo, también puede respaldar la aparición de náuseas y/o vómitos.
Mantener los niveles adecuados de glucosa en sangre es básico para el buen estado de salud general. Cuando esos niveles son excesivamente bajos (hipoglucemia) o altos (hiperglucemia), los mareos y los dolores de cabeza después de comer pueden ser manifestaciones habituales de ese desajuste de la glucosa en sangre.
La vesícula biliar es un órgano del cuerpo encargado de segregar bilis para absorber las grasas. Cuando este falla, debido por ejemplo a cálculos biliares, su capacidad de digerir las grasas disminuye y en consecuencia aparecerá un malestar de estómago y ganas de vomitar especialmente si se come alimentos altos en grasas.
Someter al estómago a un doble esfuerzo. Según los dietistas estos banquetes de grasa suponen demasiada presión para el sistema digestivo. La grasa es lo que digiere más lentamente y lo que requiere más enzimas y jugos digestivos, por eso el estómago reacciona a veces inflamándose o produciendo mucho gases.
Te puede hacer ir al baño corriendo. Los intestinos son los primeros en responder al exceso con diarreas y dolor de estómago repentino. No te alejes demasiado del cuarto de baño.
El consumo de alimentos procesados (también llamados "comida chatarra") como los caramelos, los alimentos ricos en grasa y los bocadillos pueden provocarte dolor de estómago y estreñimiento. Estos problemas pueden ser consecuencia de la falta de fibra, puesto que la comida chatarra suele contenerla en muy poca cantidad. El azúcar, la grasa y los carbohidratos también son responsables de los dolores de estómago, en parte debido a la hinchazón que producen.
Formadas por ácidos grasos de largas cadenas moleculares, son sólidas a temperatura ambiente y usualmente de origen animal, lácteo o en aceites de algunas palmas y vegetales.
Productos lácteos enteros: A pesar de ser ricos en calcios, la leche entera, los quesos grasos, la mantequilla de origen animal y otros productos derivados suelen ser grandes portadores de grasas saturadas, por lo que no debe abusarse de su consumo o debe preferirse las variantes más ligeras o descremadas.
Aceites tropicales: El aceite de palma o de coco, a pesar de su proveniencia vegetal, son ricos en grasas saturadas que se consideran parte del espectro “negativo”.
Carnes rojas: La carne del ganado vacuno y porcino contiene buenas cantidades de grasas saturadas, al igual que los productos que se derivan de ellas, como las mantecas animales y los embutidos. En 2015 la OMS alertó sobre el riesgo no sólo lipidémico sino incluso cancerígeno del consumo desproporcionado de estas carnes.
Margarinas y productos de grasa vegetal hidrogenada: En muchos países del mundo se los ha prohibido o restringido la venta de estos alimentos, ya que se trata de un conjunto de grasas trans mucho más nocivas que ninguna de origen natural. La margarina, sobre todo, es comprada como supuesto sustituto saludable de la mantequilla, pero su efecto aterogénico es mucho peor.
Comidas rápidas: A pesar de lo sabrosas que sean, la mayoría de las comidas rápidas contienen grasas trans y saturadas en abundancia, clave para la elaboración veloz de sus productos. Se recomienda consumir lo menos posible al mes este tipo de alimentos.
Frituras: Las frituras tienen el inconveniente de que sus altas temperaturas desnaturalizan los aceites, generando grasas saturadas de baja calidad, y dependiendo del alimento, pueden llenarse de migajas o residuos carbonizados que esparcen al aceite numerosas toxinas orgánicas.
Galletas, tortas y horneados pasteleros: No todos son ricos en grasas trans, claro está, por eso conviene informarse respecto al tipo de grasas utilizadas durante el proceso de confección de los mismos. Si emplea margarinas o aceites vegetales hidrogenados, significa que el producto final será rico en estas mismas grasas nocivas. De todos modos, el uso de grasas saturadas no es precisamente una alternativa benéfica para la salud.
Salsas grasosas: Como la mayonesa y otras parecidas, contienen grasas saturadas de origen animal que están entre los lípidos “de engorde” o dañinos.
Bebidas gaseosas: Si bien los refrescos y gaseosas no contienen grasas dañinas como tal, son un factor determinante en su aparición, ya que contienen tanta azúcar que fomentan en la sangre una abundancia artificial de triglicéridos, cuyo resultado será, como hemos visto, la generación de grasas de reserva.
Chocolate: Si bien se ha dicho mucho sobre los efectos neurobenéficos del chocolate, no se suele recordar su alto contenido de grasas saturadas, sobre todo en los chocolates con añadidos de leche entera. Conviene vigilar el tipo de cacao consumido, pues algunas variantes pueden alcanzar hasta un 25% de grasas saturadas dañinas.